Otras narraciones Independientes

Más abajo tienes un VÍDEO con extractos del contenido

fundidos en una bellísima música y en hermosas imágenes


La historia, fotografía e imágenes y el correspondiente vídeo han sido creados por María José Moreno

Forma parte de un conjunto de Narraciones Independientes las unas de las otras

La música del Vídeo pertenece al espléndido compositor Juan Carlos García

 

«Con el tiempo, la casa de Luis, María y Salvita se había convertido en una Casa Solar…»

 

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L a Casa Solar  


    Con el tiempo, la ´casa´ de Luis, María y Salvita se había convertido en una Casa Solar…  

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    Al principio se sentían muy felices y los dos trabajaban para el sustento en labores variopintas, tanto en el campo como en el pueblo o en la ciudad, Se comunicaban entre sí como muchas parejas lo hacen: distendidos unas veces, preocupados otras, de vez en cuando enfadados, y las más… cada uno inmerso en sus propias emociones e ideas.

   Luis y María se conocían desde siempre, y cuando decidieron casarse pensaron que eso les uniría aún más. Pero no fue así…

    Tuvieron varios hijos, de los cuales sólo uno sobrevivió más allá de los cinco años, y ésta fue una preciosa y rubita niña a la que llamaron Salvadora.  

    Salvadora tenía los ojos claros y cambiantes; cuando le daba el sol eran verdes, cuando no, se tornaban de un aterciopelado tono entre miel y gris. Era tan pizpireta y alegre, siempre risueña y confiada…, tan bonita, radiante de amor y aplicada, que se ganaba el corazón de cuantos la conocían.

  En casa y en la calle la llamaban Salvita, y desde siempre manifestaba el don de la discreción. Intuitivamente sabía qué era lo que debía hacer y cómo tratar a las personas, y su resolución y ánimo la llevaban a ´salvar` realmente cualquier situación.   

    Cuando la niña era muy pequeña hubo una guerra en otro país, y Luis tuvo que ir por un tiempo y separarse de su familia. Cuando volvió a casa ya no era el mismo. Había cambiado su carácter y también sus prioridades. 

    Ahora ya no hacía mucho caso de su mujer ni de su hija, y sus costumbres se deterioraron hundiéndose en una vorágine de egoísmo y libertinaje. Abandonaba repetidamente el hogar, las responsabilidades, e incluso los buenos modos. A menudo volvía, para luego marchar de nuevo sin ningún tipo de explicación, llevándose el dinero, los recursos y la alegría del corazón de su esposa y de su hija.  

    Pero sí se podía decir que existía un hogar, porque éste lo sustentaban la madre y la niña. El mutuo amor que se profesaban mantenía el foco magnético allá a donde fueren. Y es que las continuas idas y venidas del padre llevaron consigo cambios frecuentes de trabajo, lugar de residencia y casa para los tres. 

     En la cultura y sociedad en que se movía María esto era algo “que debía soportarse”, y, aunque en ese momento no lo sabía, fue tanto el comportamiento de su marido como su propia aceptación del mismo lo que forjó tan dilatada y dolorosa situación.  

    Este contexto hizo madurar rápidamente a la niña. 

   Con ocho años se hacía cargo de las labores del hogar y de los requerimientos del campo. Aprendió prácticamente sola a leer y a escribir, a crear un ambiente acogedor para sí misma y para la madre cuando a la noche volvía cansada de trabajar todo el día. Si no tenía comida en casa, la buscaba por los campos. Cuando se hería en cualquier accidente casero, ella misma se curaba, improvisando con aquello que le venía a la mano.   

    Desarrolló todo tipo de recursos, emocionales y físicos, e hizo de su vida un espacio de Luz y oportunidades, de amor y vitalidad. 

   Cantaba y trabajaba, sintiendo la profunda felicidad que mana del buen hacer. Con su inextinguible entusiasmo llegó a dominar por completo el arte culinario, a coser satisfactoriamente, a organizar y sacar lustre en su entorno, incluso a confeccionar sus propias muñecas.  

   Este despliegue de facultades le abría puertas a ocasiones y experiencias diversas que ella sabía aprovechar.  

    Su dulzura y recato, su atrevimiento y entusiasmo, su madurez y entrega, eran reconocidas por vecinos, amigos o personas que la contrataban para faenas diversas. Y la innata generosidad de su corazón la hizo crecer en un ambiente protegido, donde ni las palizas que le propinaba el padre ni la inseguridad del frecuente cambio mermaban en lo más mínimo el ímpetu de su pujante optimismo. 

    Curiosamente fue ella la que se convirtió en un apoyo para la madre, e incluso aportaba cierta armonía en la peliaguda relación paternal.  

    Con el tiempo, y tras muchos cambios de situación, los padres acabaron separándose definitivamente.     


    Salvita había crecido y, a su vez, se había casado. Como siempre hizo, supo traer el Paraíso a su nuevo hogar. La relación con su madre, aunque alejada en kilómetros, continuó fuerte y segura, confiada e íntima. Ambas conservaban un lazo que las unía y las hacía más fuertes en sus respectivas condiciones. 

   Salvadora creó una relación de amor dentro del nuevo núcleo, alimentando igualmente la unión de éste con su madre. Así, su padre quedó relegado a un espacio de separación auto escogida en lo relativo a ellas, y nunca más, en esa vida terrenal, hizo nada para acercárseles.   

     Con el pasar de los años María desencarnó. Mucho después también lo hizo Luis. Quedó Salvadora con su inagotable Energía Divina fluyendo a través de su autenticidad, su dedicación, su insaciable afán de superación, su apertura mental, consagrándose a lo que consideraba correcto en la vida. El amor por la madre vivo; provisionalmente anestesiado el vínculo con el padre.    

     Y llegó el tiempo del verdadero perdón… 

     Encontró dentro de sí la chispeante Melodía del Amor incondicional salpicándolo todo con su alegre brotar, ¡todo!, incluso esa cápsula de algún modo incolora donde quedó relegada su relación paternal.  

   La fe en la Vida se hizo más fuerte aún, expandiendo su conciencia a Verdades Eternas y haciéndose eco de las mismas de un modo más consciente y profundo. Incorporó a su vida nuevas Herramientas de aprendizaje más sutiles y elevadas. 

    Supo entonces que el hogar de su corazón había permanecido durante tantos años con una ´habitación medio cerrada`, y que, por fin, había logrado abrirla, airearla, limpiarla… ¡y amarla!    

    También supo que, tanto María como Luis como ella misma, finalmente disponían de un espacio dentro de sí atemporal y eterno ahora purificado; un valioso recurso interior fruto de las experiencias terrenas vividas conjuntamente y sus derivaciones.  

     Otro tramo les tocaba caminar, ahora cada cual en su propio ámbito, pero todos enriquecidos y más fuertes.  

     Salvita continuó su feliz vida en la tierra progresando en aprendizajes cada vez mayores.  

      María se fortalecía en los Reinos Internos, al tiempo que realizaba labores para las cuales estaba capacitada. Luis, en el calor de su redención, se educaba y cultivaba. 

     Ambos habitaban ahora un estadio donde al fin pudieron entender que contaban, para ser Guiados y Sostenidos si así lo querían, con el Amor inconmensurable de Seres Perfectos; también supieron que Éstos, como ellos mismos, habían tenido que aprender a través de Sus propias encarnaciones, y muchas veces con sufrimiento, el uso adecuado de la Energía de Vida por medio de cada acto, de cada pensamiento y sentimiento.   

     Se había necesitado todo un período de vida por parte de María y de Luis y una gran porción de la vida de Salvadora para procesar esta Joya Solar en sus corazones… ¡pero lo habían conseguido!   

***

 

   Ahora la ´casa´ de Luis, María y Salvita se había convertido en una Casa Solar…    

 

FIN

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