Otras narraciones Independientes

Más abajo tienes un VÍDEO con extractos del contenido

fundidos en una bellísima música y en hermosas imágenes


La historia, fotografía e imágenes y el correspondiente vídeo han sido creados por María José Moreno

Forma parte de un conjunto de Narraciones Independientes las unas de las otras

La mayor parte de la música del Vídeo pertenece al espléndido compositor Juan Carlos García

 

Un audaz ratoncillo de las praderas encuentra el Árbol de Navidad que le elevará a un nuevo NACIMIENTO. 


***

La Navidad del ratón de la pradera 


Esto era un ratoncito de las praderas de espíritu sumamente emprendedor y también muy generoso. 

Tenía tal dinamismo que, incluso siendo un ratoncito, sabía trepar con tremenda audacia por entre las ramas de los árboles. Mucho debía andar para encontrarlos, pero lo hacía gustoso ¡tal era su atracción por las alturas! 

A lo largo de toda su vida había sabido gozar cada día de las experiencias que se le presentaban, observando y aprendiendo con perspicacia de las mismas y sacando el máximo partido de cuanto le rodeaba o hacía.  

  Era feliz por naturaleza y le gustaba llevar felicidad a los demás. Si encontraba un lugar idóneo en algún sentido, corría a comunicarlo antes incluso de pensar en sí mismo, y cuando alguno de sus compañeros precisaba ayuda para un bien mayor, entonces trataba de asistirle ¡siempre presto a la necesidad verdadera!  

Moraba junto a unos matorrales en las inmediaciones de una vasta campiña junto a otros ratoncillos de la colonia. 

A pesar de la instintiva propensión de su especie, no se había emparejado con ninguna ratoncita; para él, el grupo era su familia. Sin embargo, sentía que sus esperanzas y necesidades muchas veces iban bastante más allá de las que advertía en los demás ratones con quien convivía. 

Generalmente efectuaba sus correrías en solitario sin contar las experiencias o descubrimientos que hacía dentro de sí mismo, porque intuía que eso no les interesaba y ni siquiera lo entenderían.  

Siempre había vivido lejos de los humanos; solo en contadas ocasiones los había visto en algún picnic o esporádicas travesías de senderismo. Básicamente ignoraba sus costumbres, si bien presentía que una nueva dimensión los circundaba; sabía que cerca de ellos podía encontrar una variedad inimaginable de olores y sabores exquisitos…, así como una serie de usanzas que, aunque extrañas a su mundo, de algún modo las sentía próximas. 

Hacía unas semanas ocurrió que llegaron unas personas y montaron una casita de madera en uno de los rincones más cálidos de la zona, un lugar un tanto alejado del hogar de nuestro amiguito.

Al poco, la casita fue habitada por una señora mayor de blanco cabello y grácil figura a la que le encantaba la jardinería.  

El pequeño oasis que creó llamó poderosamente la atención del ratoncito, que vio crecer como por ensalmo florecillas hasta entonces totalmente desconocidas para él.   

Algo dentro de sí le impidió comérselas; pero gustaba de acercarse casi todos los días a contemplarlas desde bien cerquita, hasta que acabó pasando largos ratos cobijado muy pegadito a sus tallos. 

La mujer tenía la costumbre de abrir cada mañana las ventanas nada más comenzaba a amanecer. 

Aunque aún no era Navidad, de ellas brotaba claro y fuerte un hermoso villancico que bañaba toda la campiña, y especialmente a las sempiternas florecillas que crecían alegres junto a la casa. 

Acurrucado junto a las flores, quietamente se dejaba mecer por la atmósfera de paz que inundaba el lugar y las inmediaciones. Él siempre había gozado hasta cierto punto de esa paz; pero ahora le parecía algo más sólido, con una riqueza de matices que hasta entonces nunca había encontrado. 

Pasó un tiempo y el ratoncito decidió que por fin era hora de conocer la vivienda por dentro. En circunstancias normales esto lo hubiera hecho al principio, nada más presentársele la ocasión; sin embargo en este caso, tal y como le pasó con el jardín, un desconocido impulso le había retenido. 

Para ese entonces la Navidad había llegado.    

Era un veinticuatro de Diciembre y la temperatura estaba considerablemente baja por toda la comarca. Sin embargo no fue el frío lo que le indujo a entrar; algo así como una imperceptible ´señal´ venida desde su interior le llevó a dar el paso.  

El sol se ocultaba tras la última cima cuando se encaminó decidido a la cabaña. Con gratitud saludó a las flores y se dispuso a penetrar en aquello que él ya presentía como un santo recinto. 

Ágilmente se coló por una rendija que la puerta exterior dejaba por su base, pero al hallarse dentro se paró en seco exclamando sobrecogido: « ¡Ah! ». No podía pensar; sencillamente SENTÍA QUE ESTABA DONDE TENÍA QUE ESTAR.

Una débil sombra de temor ante el cariz que tomaban sus propios sentimientos le hizo retroceder en su actitud interna y trató de dar una respuesta lógica a su confort: « ¡Pero, qué calorcito! ».  

Frotándose las manos avanzó en su atrevimiento hasta el mismo centro de la estancia.   

Se trataba de un espacio chiquito y con muy pocos muebles.  La oscuridad de la incipiente noche no constituía obstáculo para él, y con perspicacia ratonil enseguida ubicó lo que se suponía que más le podría interesar: tres galletas bien colocaditas en un platillo sobre la mesa, y un rinconcito discreto y calentito.

Sin embargo, él sabía que no había ido allí a buscar alimento ni cobijo. Era otra clase de nutrimento el que estimulaba su audacia. 

Entonces, como respondiendo a sus pensamientos, algo le hizo fijarse en otro punto.

- « ¿Qué es eso que brilla tanto? », pensó al descubrir un hermoso Árbol de Navidad en uno de los rincones más espaciosos. « ¿Por qué este árbol es distinto? ».  

Apenas unas pocas lucecitas lo iluminaban débilmente con sus tenues colores parpadeantes; sin embargo bastaban para darle un aire expectante y acogedor.   

El ratoncillo se acercó a él con su andar silencioso, y cuando lo tuvo delante distinguió en su cénit un punto mucho más brillante que todos los demás. 

En ese momento deseó poder diferenciar mejor los colores; pero enseguida dejó de pensar en ello, decidido a sacar partido de las posibilidades que SÍ le eran propias.  

Aun siendo ratón, sus peculiares dotes trepadoras le permitieron subir rápidamente por entre el ramaje.

Ni siquiera se fijó en el bonito Nacimiento situado justo debajo.   

En su camino de ascenso se encontró con numerosos objetos totalmente desconocidos: había bolas de diversa textura y forma, pequeños regalitos envueltos con primor que a él se le antojaban grandísimos e interesantes, y también otros cuantos chirimbolos, cada uno con su particular aspecto lustroso, reflejando todos ellos en cierta manera las tímidas lucecillas colocadas aquí y allá por entre las ramas.

¡A punto estuvo de entretenerse registrando lo que esos paquetitos contenían!, pero se impuso la atracción que sentía por el intrigante foco de luz que se hallaba en la punta más elevada del árbol.  

Decidido, siguió su recorrido hasta llegar arriba. 

Incluso allí no supo definir qué era exactamente aquello que tan profundamente le había impactado. Mirándolo de cerca, al principio pensó que pudiera significar una estrella; pero había algo…

- «No sé», pensó, «no es una estrella sin más. ¿Qué será esto que parece sobresalirle por detrás? ».

¡Y era verdad! Grandes efusiones de un material sumamente delicado y casi transparente parecían otorgar una especie de alas enormes a tan curioso elemento.   

Nuestro ratoncito, aprovechando su habilidad en las alturas, giró y giró en torno al reluciente enigma tratando de descifrarlo. Estaba junto a él, y cuanto más lo examinaba más sentía el impacto de su curiosidad.

Sin embargo, no solo era esto… Otra emoción comenzó a adueñarse de su ánimo; un sentimiento desconocido que le inducía a mirar y mirar, a acercar sus pequeños bigotitos arrimando el hociquillo al cálido objeto.    

En el centro se veía la luz pulsante que tanto le llamara la atención y, junto a ella, una especie de bolsita esférica hecha con tela de gasa dorada protegiendo celosamente su propio contenido.

Con el corazón en un puño, adelantó una patita movido por la curiosidad. Pero ese algo dentro de sí, esa voz que hasta este día nunca antes había escuchado tan fuerte, le dijo que no era el momento, y él, obediente, se frenó.

Sin embargo no era capaz de alejarse. Estar a su lado le producía un efecto estimulante a la vez que le serenaba. Al igual que actuara con las flores, se quedó inmóvil en su base; hasta que la paz que emanaba de la mismísima casa colmó su espíritu, haciendo desaparecer de su ánimo todo rastro de inquietud o de deseo que no fuera el imparable impulso de hacerse UNO con tan adorable instante.

Era un espacio de sosiego, de eternidad.  

Cayó en la cuenta de que dentro de la cabaña seguía escuchándose la misma melodía que cada mañana rebosaba por las ventanas. 

Con su excelente capacidad de percepción, la experimentaba hasta en el más recóndito de sus músculos, y aunque sonaba muy bajita sentía que igualmente vivificaba su ser.  

´Joy to the World` radiaba clara en esa Noche Buena.

Era la primera y última Navidad que el humilde ratoncito de la pradera iba a conocer en su corta vida. Fue un acontecimiento inolvidable.   

A eso de la media noche todo se iluminó profusamente, y la grácil bolsita de gasa se abrió, dejando caer un polvo dorado sobre el Belén que se hallaba a los pies del árbol.  

El ratoncillo miró fascinado su caída, descubriendo en ese momento las figuras que desde dentro del portal expresaban su amorosa bienvenida. 

La extática postura de las mismas no engañaba al ratoncito; sabía que había algo muy vivo en todo aquello.  

Pero no era una presencia de la que hubiera de huir; muy por el contrario, le abría los brazos a un mundo mucho más completo de lo que hasta ese entonces había vivido en su ámbito cotidiano.

En serenidad, y aceptando las nuevas puertas que se le ofrecían, sintió una Voz dentro de sí:  

- «Tu tiempo como ratón ha concluido. ¡Bienvenido! ».  

Advirtió que se elevaba y que de alguna manera se fundía con la estrella del árbol. En ese punto concibió la verdad de las curiosas alas, comprendiendo que ahora formaban parte de él.  

Ungido en las doradas partículas flotantes, notó que nacía en su corazón una Voluntad superior para guiarle. 

 

Su conciencia se encaminó hacia las sagradas figuras, que en esos momentos sonreían en una animación trascendente que lo envolvía todo.     

***

Al día siguiente la cabaña había desaparecido y en la campiña no se supo más del pequeño ratoncito de las praderas.   

 

Pero muchas veces, en ocasiones de real necesidad en su colonia o en cualquier otra colonia de ratones, fueron muchos los que sintieron una cálida Luz Dorada asistiéndoles.    

 

FIN

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